Lucía, nacida en Mallorca, cuenta que hace tres años que no visita su cala predilecta en la isla. La media hora de caminata hasta el lugar era su escape a la rutina, y solo lo compartía con personas muy especiales, según su testimonio a 20minutos.
En 2021, después del levantamiento de las restricciones por la pandemia, intentó regresar en una tarde de julio, solo para encontrarse con una fila de más de una hora para llegar a la playa. Desde ese día, no ha regresado.
El agobio y la impotencia que experimenta Lucía es algo que muchos oriundos de la costa mediterránea y las Islas Baleares comparten, a causa de los populares influencers de viajes.
Estos productores de contenido, al promocionar lugares remotos y paradisíacos en las redes sociales, se han convertido en un problema para Lucía: «Los sitios dejan de ser únicos o secretos y se transforman en atractivos turísticos perdiendo su magia». Un ejemplo es Caló Es Moro, una pequeña playa de aguas turquesas que carece de señales indicativas. Hasta hace unos años, solo era posible llegar siguiendo indicaciones de los vecinos, pero ahora recibe a más de 4000 visitantes al día. «Si vas, no encontrarás a ningún mallorquín, te lo aseguro», comenta Lucía. Este verano, harto de todo, un grupo de vecinos de las islas y de la costa valenciana iniciaron acciones para intentar poner un alto a esta saturación y reclamar lo que consideran su patrimonio.
El movimiento de «no etiquetado» o «dontag», popularizado por el famoso verso de Bad Bunny «Si subo el location ya no es un secret spot», es una propuesta bastante difundida en las redes sociales. La iniciativa propone no revelar la ubicación precisa de playas y calas durante los viajes, incluso ante la insistencia de amigos, buscando disipar el atractivo masificado que generan plataformas como Instagram y Tiktok. Varios influencers, como Laura Escanes, habitual veraneante en Menorca que nunca divulga sus locaciones, y Sareur, quien tras pasar varios días en la isla balear expresó su comprensión por la necesidad de proteger estos «lugares especiales», han respaldado este movimiento.
Señales falsas que advierten de «riesgos severos»
En cuanto a números, para junio de 2024, las Islas Baleares han recibido a 2.196.390 turistas extranjeros, según datos de Epdata. Los ciudadanos costeros como Lucía ven en el turismo el «problema principal» para la preservación de las islas. En respuesta, este verano 2024 ha crecido la tendencia de colocar carteles falsos en la entrada de playas o calas. Estos rotulos advierten en inglés acerca de «graves riesgos» como desprendimientos de tierra, fuertes corrientes o medusas «peligrosas», aunque en una nota al pie en catalán, valenciano o castellano, los activistas aclaran que se trata de falsedades con el fin de reservar el acceso solo a los residentes locales.
Durante este verano, la organización Mallorca Platja Tour ha cobrado gran relevancia. Esta agrupación inició su formación a los inicios de junio y, para mediados de mes, consiguió movilizar a 300 residentes que equipados con sombrillas, toallas y carteles, ocuparon el Caló des Moro con el lema de SOS Residents. La entidad solicita a las administraciones que implementen acciones tajantes como aumentar las tarifas turísticas, limitar el ingreso de visitantes o regular la oferta de alojamientos turísticos para que los habitantes puedan retomar sus vidas cotidianas y gozar de su entorno natural. Además de los reveses ecológicos que implica el turismo para la isla, también remarcan cómo les perjudica en aspectos de vivienda y en su actividad económica.
Lidia Suller, una activista por la protección del medio ambiente nativa de Jávea en Valencia, también respalda esta visión. Esta joven de 25 años se ha involucrado activamente desde 2021 en protestas contra la saturación turística y campañas en redes sociales. Lidia reconoce que su activismo se inició antes, pero ahora evita hacer «esfuerzos inútiles». Según ella, el problema residencial y de negocio que enfrenta la región no solo proviene de los turistas sino también de un modelo económico centrado en el sector turístico, «el turismo nos mantiene pero también nos está matando», afirma.
Por lo anterior, Lidia, desde el 2021, concentra sus esfuerzos en encarar problemas locales y en buscar alternativas de solución rápida a través de su alianza con entidades como la Asociación Valenciana de Educadores Ambientales y los Amigos de la Tierra. Lidia asiste regularmente a movilizaciones para presionar a las autoridades, quienes, según ella, son los responsables de solucionar las dificultades económicas estructurales. Sin embargo, su principal foco está en las campañas de boicot y protesta a nivel personal.
La ciudadana de Valencia atribuye a las plataformas sociales el creciente protagonismo mediático de los sitios «encantados» de la Costa Blanca en años recientes. Por ello, aplica un enfoque peculiar: postea en videos que sugieren calas y playas ficticias, creando relatos sobre peligros ambientales o contaminación con el fin de disuadir a los visitantes de incluir estos espacios en sus itinerarios de vacaciones. «A veces pienso que todo está perdido, que nunca podré experimentar la serenidad que disfrutaban mis progenitores. Sin embargo, cuando dedico una tarde en una playa todavía no abarrotada, siento que mi tierra me insta a continuar resistiendo». Comentarios.
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