Las dictaduras tienen una habilidad conocida por los españoles para mantenerse vigentes a lo largo del tiempo. Se pueden encontrar evidencias en todo el mundo, tanto en regímenes de derecha como de izquierda que avalan esta realidad. Los deseos y esfuerzos de las personas para obtener su libertad suelen ser opacados por los artificios de aquellos con poder absoluto, luchando por mantener su control desde sus puestos de mando, así como todas las desventajas que conlleva, como la represión, la corrupción y la supresión de libertades.
Los dictadores y sus respectivos regímenes siempre tienen seguidores, algunos por convencimiento y otros, a menudo, para obtener beneficios de su servidumbre. Muchos aún recordarán a las miles de personas que se agolpaban para vitorear a Franco en sus apariciones en los balcones de la plaza de Oriente.
Esta ha sido la realidad en Venezuela durante más de diez años, inicialmente liderada por un ignorante apoyado por Cuba y ahora por Putin. Lo más alarmante no es lo que ya han sufrido la mayoría de los venezolanos que, en su inocencia, permitieron el cambio de una democracia que les brindaba libertad y prosperidad por un sistema demagógico y opresivo que en poco tiempo forzó a muchos millones a huir en busca de seguridad y la posibilidad de vivir con libertad y dignidad.
El aspecto más preocupante es que el «madurismo», una dictadura sustentada en la corrupción de sus recursos petroleros, ha conseguido fortalecerse mediante la explotación de las divisiones e incluso conflictos entre sus víctimas, gracias a actividades ilícitas como el narcotráfico y otros beneficios, logrando el respaldo de los militares. Estos últimos, en lugar de oponerse al sistema podrido, lo respaldan, incluso amenazando con una oleada de violencia si alguien ajeno a sus filas intenta alterarlo.
En las últimas semanas, aquellos que se oponen al régimen y que representan la mayoría de la población, vieron un rayo de esperanza en las elecciones presidenciales que bellos y la comunidad internacional esperaban serían finalmente libres y justas. Sin embargo, tras el acto de votación, los aliados de la dictadura manipularon y escondieron las actas del recuento de votos para anunciar a Nicolás Maduro como el ganador. Ni los votantes decepcionados ni el mundo aceptaron este engaño.
Varios gobiernos criticaron este fraude electoral y mantienen su protesta para que se muestren las actas que el régimen esconde, ya que hay evidencias que estas fueron manipuladas para negar la victoria abrumadora del candidato de la oposición, aunque todo ha sido en vano. Maduro y su círculo, incluyendo al ex presidente español Rodríguez Zapatero, siguen escondiéndose esperando que la tormenta del escándalo se calme, algo que muchos temen que pueda durar bastante tiempo. Para los dictadores, el tiempo nunca tiene un límite de vencimiento.
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