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España sufrió hoy cuatro golpes duros en diferentes disciplinas deportivas: waterpolo, baloncesto femenino, taewkondo y vóley playa

El deporte siempre ha tenido la habilidad innata de evocar en las personas una intensa variedad de emociones primordiales. En poco tiempo, observamos una montaña rusa de sentimientos, desde la euforia resultante de la medalla de plata de María Pérez en los 200m marcha, hasta la desolación que nos dejó la marcha de Carolina Marín de los Juegos Olímpicos debido a una lesión en la rodilla y luego, nuevamente, la alegría al recibir las medallas de bronce de Bucsa y Sorribes, junto con la medalla de plata del baloncesto femenino 3×3.

No obstante, el deporte también pone de manifiesto otros aspectos inherentes a la evolución de nuestra sociedad, los cuales requieren de un análisis más allá de las emociones para poder acomodar las organizaciones deportivas actuales a los “nuevos tiempos” con la meticulosidad requerida por los valores que los dirigen.

Durante el pasado verano, celebramos enormemente la implementación de salones de lactancia y guarderías en la Villa Olímpica. Indudablemente, cuando pensamos en maternidad y Olimpismo, es inevitable recordar a Ona Carbonell y Allyson Felix, cuyo compromiso y esfuerzo permearon la importancia de dichas medidas para las atletas.

Otra controversia significativa para la relación mujer-deporte es la reciente polémica sobre Imane Khelif (y Ling Yu ting) y su participación en el boxeo olímpico femenino. En este momento, estamos a la espera de una solución definitiva en forma de regulaciones a este dilema. Es evidente que no será una tarea fácil, tomando en consideración que, hasta la fecha, el caso de Caster Semenya (el cual podría ser un precedente legal importante debido a las similitudes con el caso actual) aún está en proceso.

Desde mi perspectiva, este es un tema delicado que debe ser tratado cuidadosamente, sin entrar en consideraciones políticas. El punto crucial aquí es que Khelif produce de manera natural altos niveles de testosterona, lo cual desecha cualquier comentario relacionado a atletas transgénero, que no tiene nada que ver con lo que analizamos. Lo que todavía no conozco, al decirlo de la manera más directa posible, es si ese nivel hormonal es científicamente compatible con ser mujer. Si ese es el caso, temo que se trata de una ventaja natural que debemos aceptar con deportividad, al igual que aceptamos que una jugadora de baloncesto pueda tener una estatura de 2,20 metros sin que haya un debate sobre si es necesario una regla que limite la altura máxima permitida de las jugadoras en competencia, tal y como hizo la Federación Internacional de Atletismo con los niveles máximos de testosterona para atletas mujeres.
Por otra parte, sería relevante tener en cuenta las peculiaridades de cada deporte cuando se hace un juicio, esto es, reconocer que no es lo mismo ser puede correr más rápido que pegar más fuerte, atribuyendo un ‘exceso de riesgo’ a lo último. En esa situación, sería recomendable justificar cualquier restricción que se pudiese considerar con razones provenientes de la competencia en sí misma y no por cuestiones de género.
Además, creo que sería buena idea considerar qué sucedería con las atletas a quienes se les prohibiese competir en categorías femeninas por este motivo. ¿Las trasladarían a las categorías masculinas? ¿O simplemente les quitarían su derecho a competir?

En resumen, considero que la ciencia debe tener prioridad en este ámbito. Posteriormente, será posible elaborar la normativa más equitativa, que también brinde el confort característico de la seguridad legal. Comentarios.

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