Estas olimpiadas tienen un aire de campamento de verano. Hay una disminución notable de profesionalismo en varios aspectos, lo que pone en tela de juicio la credibilidad de este evento que parece mediocre si se compara con otras competencias deportivas a nivel mundial que le superan definitivamente en interés, emoción, dedicación, narrativa y atención al detalle.
Un ejemplo de esto es la conocida cancha de tenis Philippe Chatrier, que dista mucho de ser el maravilloso escenario que solemos ver en Roland Garros. Parece más bien la cancha de un club de bajo rango, con una alfombra marrón desordenada que es visible en todas las tomas, árbitros mal vestidos y poco atléticos, además de otros detalles que reflejan un claro alejamiento de la excelencia.
Ya se ha hablado suficiente de la ceremonia inaugural, pero aquí va una reflexión: si algo se asemeja a Eurovisión, deberías preocuparte.
Los corredores de los cien metros y otros atletas usan imperdibles para sujetar sus números. El campeón de natación duerme en el césped de la villa olímpica. Las camas de cartón se han convertido en motivo de risa, el aire acondicionado brilla por su ausencia, el café no tiene buen sabor, el río despide un olor desagradable, los campos de fútbol están desiertos y hay un sentimiento palpable desde el primer día de que las olimpiadas no son para los parisinos, sino que están orientadas para ser transmitidas por la televisión.
Lo más alarmante de todo es la visible disminución en la valoración al mérito.
Lo que causa mayor inquietud es la aparente disminución de la meritocracia. La representación de estas olimpiadas nos sugiere la imagen de un campamento de verano donde la diversión, el aprovechamiento del tiempo y participar en la competición con lo mejor que uno tenga, son la norma. Tal filosofía imita el pensamiento dominante y políticamente correcto de nivelar hacia abajo y recompensar cierta mediocridad aceptada, pero igualitaria. No parece necesario esforzarse mucho, porque al final del día ¿Importa realmente tanto? Todos somos iguales, libres y fraternales, ¿cierto? Aunque nos intenten convencer con esa historia, afortunadamente los atletas no caen en el juego.
Merece ser destacado el intento de algunos narradores de endulzar un producto defectuoso, de aplaudir los segundos y terceros lugares con la excusa de la medalla, de identificarse con los atletas que han invertido años en preparación para unos cuantos minutos en el centro de atención, de impulsar un sentimiento insípido que parece estar perdiendo gradualmente su verdadera esencia: el esfuerzo y el triunfo humano para alcanzar una meta, un premio que lo distingue del resto. Comentarios.