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Está claro. La cuestionable legitimidad del reciente proceso electoral de Maduro presenta una delicada problemática para Sánchez y sus seguidores. Sin embargo, este no es el único incidente de gravedad que ha asolado a Venezuela en los últimos veinticinco años, a pesar de lo que algunos críticos recién aparecidos puedan sugerir.

Este suceso puede ser el remate a un montón de infamias, pero si así es, se debe a que ya estaba repleto. El inquilino de la Moncloa intenta mantener la frente alta en este difícil escenario insistiendo en que «la divulgación de los resultados electorales es esencial».

El inquilino de la Moncloa parece ignorar que esta no es la única injusticia llevada a cabo por un régimen delictivo, o que acaba de darse cuenta de la realidad. El elocuente y desaliñado líder que celebra su controvertida victoria en estas tumultuosas elecciones no logra desviar la atención de los crímenes que ha cometido en los once años que lleva al mando tras suceder a otro incansable y despótico demagogo que estuvo en el poder durante quince años. No puede negar todas las infracciones de los derechos humanos, el acoso a la oposición, la intimidación a los medios de comunicación, la violencia estatal, el «expropiese», la lenta declinación de la economía, y la miseria que han sido una constante en este régimen.

Sánchez se enfrenta a una situación difícil debido a que sus administraciones han estado vinculadas de manera continua a ese desastre histórico llamado chavismo desde el primer momento. Inicialmente, hubo connivencias evidentes de sus asociados de Podemos y de la mezcla chónista-leninista representada en ese vistoso ejecutivo. Luego se produjeron situaciones como el rescate de la fallida aerolínea Plus Ultra y el escándalo de Delcygate, que involucran directamente a miembros socialistas de su gabinete, como José Luis Ábalos y María Jesús Montero. Lejos de limitarse a una contradicción insuperable del sanchismo, la interacción ministerial de socialistas con chavistas y maduristas ha llevado a una asimilación progresiva que compromete seriamente al PSOE. Además, se suma la actividad de Zapatero como representante a favor del régimen de Maduro, un individuo estrechamente relacionado con la política populista de Sánchez hasta el punto de ser su garantía ideológica, como demostró su papel principal en la campaña para las elecciones europeas.

El árbol de la estafa electoral en Venezuela no nos debería cegar ante la foresta de la dictadura que representa un régimen al que la administración de Sánchez ha vinculado moralmente su destino. No es que la eventual caída de Maduro signifique automáticamente la de Sánchez, pero es evidente que sería un tremendo golpe a la imagen de resiliencia imperturbable de este último, que ha calado hondo incluso en los desmoralizados integrantes de la oposición española. En otras palabras, si el gobierno de Maduro pasa por un mal momento, el de Sánchez no está esquivando por completo esa crisis. Esto se debe, no sólo a la clara identificación de Sánchez con dicho régimen, sino también a cierta semejanza ética y política entre el estilo de Maduro y la forma descarada con la que la administración Sánchez se aferra al poder. Necesitamos destacar este inquietante paralelismo del cual es consciente el propio Zapatero, quien permanece silencioso al presenciar tanto las exigencias de Maduro para que lo respalde, como las peticiones de trasparencia electoral que el mismo Grupo de Puebla ha tenido que hacer públicas. Comentarios

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