El pasado fin de semana en España, como ya viene pasando en otros puntos de Europa, fue bastante movido. Por ello, las principales provincias se preparan ya, para recibir días donde la violencia y los altercados estén presentes.
A pesar de que se apuntó a que podían ser miembros de la extrema derecha, los responsables en su mayoría de este tipo de altercados. La realidad dista mucho de esa información, pues al parecer, los violentos suelen actuar de forma aislada, no están organizados, no comparten ideologías, ni realizan convocatorias para llevar a cabo sus actos.
La policía ha llevado a cabo su correspondiente análisis a través de las identificaciones de los detenidos, y concluyen que todo parte de la imitación entre ciudades. Se descarta que fueran grupos de negacionistas, que se repartieran para protestar contra el estado de alarma y el toque de queda que hay establecidos en algunas comunidades.
Por ejemplo, en Madrid las personas detenidas eran delincuentes que normalmente ejecutan este tipo de altercados con normalidad. Mientras en otras zonas de la capital había inmigrantes y menores reunidos haciendo botellones, y ambos grupos no tenían conexión alguna.
En el País Vasco hubo ultras que se manifestaban gritando, ¡Gora ETA!, y en Burgos eran grupos de antisistema. Solo en Cataluña y Logroño se identificaron a grupos similares que salieron a las calles para mostrar su descontento hacia las medidas del gobierno, mediante la quema de cubetos de basura, destrozo de escaparates entre otras cosas.
En conclusión no a todos los jóvenes les unía una idea por la que salir a las calles. Aún así existe preocupación por que se vuelvan a repetir este fin de semana. Pero ya no será una sorpresa.
Lo que más se teme es que este problema de orden público, se difunda, y provoque que los radicales y antisistema se sumen a los actos vandálicos. Aunque por el momento son casos aislados.
Lo que parece claro, es que la juventud esta cansada y desesperada, ante la toma de decisiones que en muchos casos no tienen coherencia entre s. Por un lado, limitan los movimientos y contactos, pero a la vez se permiten en el transporte público. Esto se transforma en un caldo de cultivo para salir a la calle y protestar.
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