Al inicio de la pandemia del coronavirus, se esperaba que, durante el verano, gracias a la llegada de las altas temperaturas, los contagios se frenarían. Sin embargo, podemos observar que, en pleno julio, muchos lugares están viviendo nuevos botes e, incluso, segundas olas de COVID-19.
Preocupante es el caso de Cataluña, que, el viernes pasado, 17 de julio de 2020, registró 1.111 contagiados en solo 24 horas. Esta paradójica situación plantea la siguiente pregunta: ¿por qué el verano no ha parado a la COVID-19?
La revista Gizmodo – una prestigiosa publicación online sobre ciencia y tecnología – publicaba el jueves pasado un artículo en el que se revisaba a fondo la cuestión.
Gizmodo comienza explicando el origen de la creencia de que el verano fuera a acabar con el coronavirus. “Muchas enfermedades infecciosas son estacionales, incluyendo otros coronavirus que causan el resfriado común”, “por lo tanto, no era muy arriesgado pensar que la estacionalidad iba a tener consecuencias sobre el COVID-19 este verano”. A esto se suma que se ha demostrado científicamente que el virus está recubierto de una capa grasa externa que suele degradarse por las altas temperaturas, y que los rayos UV del sol matan al virus.
Sin embargo, frente a esto, ha habido otros factores que han sido un contrapeso. Rachel Baker, investigadora de la Universidad de Princeton y autora de un estudio sobre la estacionalidad de la COVID-19 destacó que el bajo nivel de inmunidad es una de las grandes desventajas en la lucha contra el virus. Según dijo a Gizmodo, “la falta de inmunidad de la población termina siendo el factor clave que impulsa la propagación de nuevos virus como el SARS-CoV-2. Este factor se sobre pone a cualquier señal del clima. Cuando todos son susceptibles a contraer un nuevo virus, puede propagarse muy bien, sin importar las condiciones climáticas”.
Para Baker, cuando aumente el nivel de inmunidad en la población, dentro de unos años, el virus sí podría convertirse en un virus estacional. No obstante, mientras que siga encontrando tantas personas que no sean resistentes a su deambular, esto no será posible.
Por otro lado, destaca Gizmodo que las altas temperaturas tienen un efecto inverso sobre el virus: ante el calor, las personas optan por permanecer en casa o interiores con aire acondicionado. Las temperaturas más bajas y la no ventilación hacen que el virus pueda propagarse con más facilidad.
“Siempre que haya personas que se agrupen en interiores, sin practicar medidas de distanciamiento social, deberíamos esperar que este virus se propague con facilidad”, ha recordado Baker. La reapertura de bares, la relajación en la distancia física y la apertura de fronteras son factores que también mitigan el poder que podría tener el verano para paliar el virus.
Debido a todo esto, los científicos están preocupados porque haya una segunda ola de contagios en otoño, cuando las temperaturas bajen, y que no se haya aprovechado el poder del verano para combatir la COVID-19.
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